Chequia: tesoros industriales por descubrir

Cervecerías centenarias, minas de uranio con un oscuro pasado, fábricas de lujoso cristal de Bohemia… La República Checa cuenta en su territorio con una larga lista de enclaves en los que el patrimonio industrial se ha convertido en una atractiva alternativa turística que permite descubrir el país de una manera original y divertida.

Por: Javier García Blanco

Publicado: Diciembre 30, 2020

Descender a las profundidades tiene siempre algo de mágico e iniciático, como si el hecho de penetrar en la oscuridad nos devolviera a los sueños de aventura de nuestra infancia. En los últimos años he tenido la ocasión de adentrarme en las entrañas de la Tierra en no pocas ocasiones: cráteres volcánicos, tubos de lava extinguidos, cuevas adornadas con pinturas rupestres, gigantescas salinas… Sin embargo, pocos rincones me han causado tanta impresión como la mina de uranio de Jáchymov, un pintoresco pueblecito al noroeste de Bohemia, en la región checa de Karlovy Vary.

Hay algo inquietante y sobrecogedor en todas las minas, más allá de la claustrofobia que produce recorrer espacios angostos y húmedos donde no llega la luz del sol. Son cavidades creadas por el empeño y la astucia del ser humano, que se juega la vida en un entorno contrario a la supervivencia. En la mina de Jáchymov a todo ello hay que añadirle otro elemento no menos siniestro. Durante décadas, después de la 2ª Guerra Mundial, aquellas galerías oscuras y traicioneras fueron empleadas por el régimen comunista como un aterrador campo de prisioneros –hasta 65.000, a lo largo de los años– y trabajos forzados. Muchos presos murieron allí debido a las penosas condiciones, y un número aún mayor vio quebrada su salud para el resto de sus vidas.

Al salir del túnel, tras una interesante y didáctica visita por las galerías de la mina, no me costó entender por qué aquel apacible rincón de Bohemia, de hermosos paisajes tapizados por la nieve, había sido bautizado como “el Infierno de Jáchymov”.

El oscuro pasado de estas minas resulta de interés para cualquier amante de la Historia, pero más allá de aquellos terribles sucesos –cuyos detalles se pueden descubrir en una interesante exposición permanente en la Casa de la Moneda Real, en el centro de la localidad–, este singular enclave de la geografía checa constituye un magnífico ejemplo de patrimonio industrial, un valioso legado que en los últimos años ha ido adquiriendo una mayor relevancia turística, pues no sólo supone una forma original de descubrir nuevos destinos, sino también su rico pasado, costumbres y tradiciones.

En la República Checa, la lista es casi interminable e incluye enclaves de lo más variado: desde las ya citadas explotaciones mineras, pasando por fábricas de lujoso cristal de Bohemia, cervecerías centenarias, factorías automovilísticas e incluso antiguas plantas de tratamiento de aguas. Además, muchos de estos lugares –casi 40– han sido incluidos en la Ruta Europea del Patrimonio Industrial (ERIH), una iniciativa que durante los últimos 20 años ha dedicado sus esfuerzos a difundir y revalorizar la enorme importancia de estos ejemplos del patrimonio europeo. ¿Te apetece un viaje por algunos de los rincones más sorprendentes del territorio checo?

Baños de agua radioactiva

De vuelta en Jáchymov, las minas de la localidad esconden otra sorpresa. En 1898, Pierre y Marie Curie estaban examinando una muestra de pechblenda extraída en una galería de la localidad cuando hicieron un hallazgo inesperado: el radio, un nuevo elemento que a su vez condujo al descubrimiento del radón. En apenas unos años, la tradicional fuente de riqueza de Jáchymov –la extracción de mineral– dejó paso a una actividad mucho más amable: la de los baños termales con agua radioactiva.

El providencial descubrimiento de los Curie propició la construcción (en 1912) del majestuoso Radium Kurhaus, un elegante balneario de estilo neoclásico que hoy sigue en pie con el nombre de Radium Palace, y donde todavía se ofrecen servicios de spa y hotel. Para tranquilidad de los visitantes, hay que aclarar que los baños con esta agua con radón son seguros, están supervisados en todo momento por personal médico y se usan con éxito desde hace décadas en el tratamiento de dolencias cutáneas y músculo esqueléticas.

La cristalería de las monarquías europeas

Apenas 20 kilómetros separan Jáchymov de otro enclave en el que las aguas termales son protagonistas: la apacible ciudad balneario de Karlovy Vary, rodeada por las suaves colinas boscosas del valle del río Teplá. Desde la Edad Media, esta localidad al oeste de Bohemia ha sido famosa por sus aguas termales curativas, que atrajeron a no pocos visitantes ilustres, como Beethoven, Goethe o Wagner, entre otros.

Hoy la localidad sigue volcada en su papel de ciudad balneario gracias a las quince fuentes de aguas termales que surgen en distintos puntos de la población. Cinco de ellas, en pleno centro, se cubrieron a finales del siglo XIX con una bella creación arquitectónica, la columnata Mlýnská kolonáda (Columnata del Molino), un edificio de estilo neoclásico diseñado por el arquitecto Josef Zítek. Allí, entre sobrias y elegantes columnas, puede verse día y noche un continuo peregrinar de vecinos y turistas que, provistos de tazas y botellas, recogen el agua medicinal, que en este caso se bebe, pues es muy apreciada para tratar dolencias digestivas.

Pero Karlovy Vary es famosa no sólo por sus aguas termales o su Festival Internacional de Cine. Desde hace más de un siglo y medio, la ciudad es sede de la fábrica Moser, una cristalería célebre por sus bellas y lujosas creaciones. En 1857, un joven y virtuoso tallador de cristal llamado Ludwig Moser estableció aquí un taller que acabaría alcanzando categoría de leyenda gracias a sus obras de arte. Tanto es así que, a lo largo de su historia, un buen número de monarcas europeos –desde el emperador Francisco José I de Austria a Felipe VI de España– han acudido a sus talleres para adquirir sus cristalerías. En la actualidad es posible hacer una visita guiada a sus instalaciones para conocer desde dentro la historia de Moser, ver en directo alguna de sus fases de producción –como la del soplado de vidrio– o visitar la galería de venta, repleta de las espectaculares piezas de los maestros cristaleros.

Una leyenda del motor

A finales del siglo XIX, mientras la factoría Moser comenzaba a cautivar al mundo con sus famosas creaciones de cristal, dos emprendedores checos, Václav Klement y Václav Laurin, estaban a punto de revolucionar la industria checa con la fundación de una de las primeras fábricas de automóviles del mundo, la hoy mítica compañía Škoda. 125 años después, en la localidad de Mladá Bolesau, a unos 60 kilómetros de Praga, se siguen conservando las antiguas salas de producción de la compañía, hoy convertidas en el Museo Škoda, una cita imprescindible para los amantes del mundo del motor.

Durante la visita se pueden contemplar algunos de los modelos originales que hicieron célebre a la marca checa, como el Felicia o el Octavia, pero también otros vehículos menos convencionales: coches adaptados para rallies, prototipos utilizados en cine y televisión o deportivos que hoy se consideran auténticas reliquias entre los coleccionistas. Para completar la experiencia, el Museo Škoda ofrece también la posibilidad de una visita guiada a la planta de producción más grande y moderna de la compañía, que se encuentra a unos minutos del museo.

Bubeneč, un hito de la arquitectura

Durante más de 60 años, entre 1906 y 1867, la planta de tratamiento de aguas residuales de Bubeneč dio servicio a la capital checa y sus alrededores, jugando un importante papel como servicio público. Hace más de medio siglo que no cumple su función original, pero el edificio –uno de los mejores ejemplos de arquitectura tecnológica del país– está viviendo una nueva vida gracias a su declaración como hito histórico nacional y su inclusión en la ruta ERIH de patrimonio industrial europeo.

El vistoso edificio de ladrillo, en el que destacan dos chimeneas de 30 metros de altura –una de las actividades que se ofrecen, por cierto, es escalarlas y entrar al recinto a través de ellas–, está abierto al público en la actualidad, y además de realizar visitas guiadas a sus estancias subterráneas y a sus salas de máquinas (todavía funcionales), también acoge distintos eventos culturales –como exposiciones, conferencias y conciertos– a lo largo del año.

Templos de la cerveza

La República Checa es un país de larga tradición cervecera y como tal cuenta con un buen número de templos en los que disfrutar de esta refrescante y sabrosa bebida. Y no nos referimos sólo a los célebres pivobar. En Žatec, por ejemplo, se encuentra el Chmelařské Muzeum (Museo del Lúpulo), probablemente el mayor espacio expositivo del mundo sobre esta planta, cuya flor hembra forma parte esencial del proceso de fabricación de la cerveza. A lo largo de varias plantas y unos 2.500 m2 de exposición, el museo explora el desarrollo del cultivo del lúpulo desde la Prehistoria hasta mediados del siglo pasado, con una muestra de las técnicas y herramientas utilizadas a lo largo de los siglos, todo ello en un edificio de finales del siglo XIX que es en sí mismo una auténtica joya de la arquitectura funcional industrial de su tiempo.

Justo al lado del museo se encuentra el Templo del Lúpulo y la Cerveza, una moderna torre que, además de una didáctica muestra y una explicación del funcionamiento del Reloj Astronómico del Lúpulo, ofrece en su parte más alta unas espectaculares vistas de la ciudad gracias a su “ascensor 3D”.

Otra propuesta interesante para los amantes de la cerveza la encontramos en Lobeč, un apacible pueblecito de Bohemia central, a apenas 70 kilómetros de Praga. Allí se conserva en pie una histórica cervecería cuya primera mención se remonta al año 1586. Fue a finales del siglo XIX, sin embargo, cuando el entonces propietario de la finca, un abogado llamado Rudolf Cicvárek, hizo reconstruir la modesta fábrica artesanal para transformarla en una moderna unidad de producción a vapor. La cervecería gozó de varias décadas de esplendor gracias al maestro cervecero Josef Tománek, que popularizó variedades negras y lager, pero con el tiempo acabó cayendo en el olvido.

Por suerte, hoy vuelve a vivir una nueva edad dorada: en 2009 fue declarada Monumento Cultural, y en 2013 pasó a formar parte de la ruta ERIH. Entre los servicios que presta actualmente se incluye el de fábrica de cerveza, pub-restaurante, museo y alojamiento de turismo rural, todo ello en un entorno único.

Y si hablamos de cerveza checa, no incluir una escapada a Pilsen sería un pecado imperdonable. No en vano, la ciudad le debe a la refrescante bebida su fama internacional, pues su nombre ha servido para bautizar a las cervezas rubias tipo pilsner que se fabrican hoy en todo el mundo. La culpa de esta fama la tiene, sin duda, la marca Pilsen Urquell, cuya factoría original todavía sigue en pie y se puede visitar. Además de una interesante exposición permanente, la visita incluye una ruta por las salas de cocción, la planta embotelladora –capaz de preparar 120.000 botellas en una hora–, y los históricos sótanos cerveceros, un auténtico laberinto de 9 kilómetros de extensión donde se puede degustar una Urquell única: sin filtrar y sin pasteurizar, tirada directamente de los barriles de roble.

Del subsuelo medieval a la ciudad del siglo XXI

Como es fácil imaginar, Pilsen es mucho más que su celebrada cerveza. La ciudad posee otros muchos atractivos, entre los que se cuentan varios hitos del patrimonio industrial. El más antiguo de ellos se remonta nada menos que al siglo XIV, y consiste en una intrincada red de galerías, corredores, sótanos y pozos que atraviesan el subsuelo de la ciudad. Este laberinto subterráneo –uno de los más grandes de la República Checa, con 17 kilómetros de longitud–, se construyó originalmente para almacenar alimentos y, cómo no, para la elaborar cerveza, que se fermentaba y almacenaba allí. Parte de este subsuelo histórico de Pilsen se puede visitar en la actualidad durante todo el año, accediendo a él desde el Museo de la Cervecería.

La última etapa de nuestra ruta nos lleva directos al siglo XXI de la mano de un original proyecto bautizado como DEPO2015. Pilsen fue una de las Capitales Europeas de la Cultura en 2015, y fruto de aquel hito, que sirvió como revulsivo para la ciudad, surgió este moderno y original espacio que tiene como objetivo principal apoyar a las nuevas industrias creativas. Construido en una antigua cochera de autobuses, DEPO2015 acoge distintas actividades, entre las que se incluyen Makerspace –un espacio de coworking–, exposiciones interactivas, un jardín comunitario, un café restaurante y estudios artísticos, además de una sala dedicada a conciertos y otros eventos culturales, como conferencias o obras de teatro. Además, el recinto acoge también cada año varios festivales, como Treffpunk o Blik Blik (Festival de la Luz), por lo que se ha ganado por derecho propio la consideración de corazón cultural y artístico de la ciudad checa. Ahí es nada.

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