Hannelore Paseka, una vida siempre en movimiento
Hannelore Paseka nació en un tren checo de Correos en un punto indeterminado entre Pilsen y Nepomuk. El momento –en plena deportación de su madre de la antigua Checoslovaquia– y el lugar marcarían el resto de su vida. Sobre su niñez en Alemania, sus ansias de recorrer el mundo y el gran amor de su vida nos habló en su casa de Madrid. Un relato real y nostálgico para llenar las largas tardes de verano.
Por: Pepa García
Publicado: Agosto 11, 2021
El silbido del tren parece empujar la columna de humo que se va quedando atrás, difuminada, resistiéndose a abandonar la estación de Brno. Ottilie Paseková, sentada junto a la ventanilla de un viejo tren checoslovaco de Correos, mira el paisaje en movimiento con una mezcla de tristeza y de miedo. Desliza con suavidad la mano por un vientre que se ha ido redondeando durante nueve meses. Se ha visto forzada a salir de la que ha sido su ciudad durante casi veintisiete años. Cierra los ojos. Prefiere no buscar culpables, su expulsión del país ha sido consecuencia de un nuevo orden mundial... El fin de la Segunda Guerra Mundial ha precipitado una serie de medidas y de rechazo a todo aquello identificado con Alemania –y, casualmente, su familia procede de la región de los Sudetes–. En su vagón observa a personas de todas las edades y condiciones sociales, apenas se escucha un murmullo de vez en cuando o la voz de una madre que regaña a un mocoso que alborota. La resignación pesa en la atmósfera.
Es abril de 1945 y el proceso de cambio en la vida de Ottilie no ha hecho más que comenzar. El traqueteo del tren, habitualmente relajante, ha dejado de serlo. Las contracciones no tardan en llegar, una tras otra, cada vez más seguidas. Inspira, espira, inspira… el parto es inminente. Acuden en su ayuda, y la vieja máquina del ferrocarril deja de silbar. El tren desacelera la marcha y se detiene en algún punto entre Pilsen y Nepomuk. Todo se precipita. El agua caliente de la caldera se ha convertido en el único desinfectante de esta improvisada sala de parto. En pocos minutos, una criatura sonrosada extiende los brazos y llora con ganas. Su madre también solloza, pero por otros motivos. Aquí comienza la aventura de la vida de Hanni, Hannelore Paseka, una invitada muy especial en este Blog de Destino Chequia.
Esta dama, que muestra carácter e ilusión a partes iguales, nos confiesa que siente que su nacimiento en un tren ha marcado su existencia, su necesidad de estar siempre en movimiento, el anhelo por conocer otros destinos y culturas. El optimismo y la tenacidad, aún en las circunstancias más adversas, han sido una constante en un camino que ella misma ha ido dibujando según le dictaba su conciencia y su corazón.
La historia de Hannelore Paseka fue recogida hace unos años por la revista checa ČD pro Vas.
Una historia de superación
Han pasado 76 años desde aquel día. Y ese bebé se ha convertido en una mujer madura que mira atrás de soslayo pero continúa adelante con determinación. Sin miedo. Hannelore Paseka Berthold nos recibe en su casa de Madrid y desgrana su historia de forma ordenada, tratando de no salirse de una senda salpicada de inquietudes, aprendizajes y anécdotas teñidas de cierto realismo mágico. A través de pequeños flashes reconstruye, poco a poco, su prolongada trayectoria vital, incluso antes de abrir los ojos por primera vez. Repite un relato que, a fuerza de escucharlo de labios de su madre, ha convertido en suyo. Se detiene para narrar ese momento en el que sus progenitores se conocieron en Praga, y su madre, enamorada, no dudó en acompañar a aquel atractivo joven a Zagreb, donde él vivía y cursaba sus estudios. “Eran muy jóvenes y quedaron prendados el uno del otro”, añade Hanni con una sonrisa comprensiva.
Él era croata y ella procedía de una familia del norte de Checoslovaquia, con antepasados austríacos, una curiosa mezcla. La joven Ottilie le sigue a Croacia pero cuando regresa a Brno ya estaba embarazada, y la Segunda Guerra Mundial había comenzado. Sólo quería visitar a las dos tías que la habían criado –era huérfana– pero su decisión no pudo ser más desafortunada. Fue interceptada, deportada y obligada a abandonar el país el 22 de abril de 1945, por cosas del azar, el mismo día que salía de cuentas. Su pareja y futuro padre de Hanni, al enterarse de la deportación, trató de llegar a Brno pero ya la habían obligado a subir a un tren. Al haber perdido toda referencia de Ottilie, decidió regresar a su país de origen. Una vez allí, no tuvo mejor suerte: fue acusado de espía y falleció tras una corta estancia en la cárcel.
Skyline de Brno. © Jiri Kruzik
Una nueva vida en Alemania
Hanni calla un momento. Mira afuera. En su jardín, los árboles se empinan hacia el cielo mientras hunden sus raíces en la tierra. Suspira y continúa el relato, el mismo que su madre, Ottilie, le contó tantas veces en su niñez. Despojada de todos sus bienes, embarca en aquel tren que la dejaría, con una recién nacida como única pertenencia, en un campo de refugiados de Nuremberg. De esa etapa no conserva recuerdos, pero sí de su vida al salir de allí e instalarse en Bamberg. Por un milagro del destino, su madre coincidió en el mismo campo de acogida con sus dos tías, también deportadas de Checoslovaquia, y comenzaron juntas una nueva vida. ¡Éramos una familia de cuatro mujeres!, nos dice Hanni con el firme convencimiento de que su fortaleza tiene mucho que ver con haber crecido entre mujeres fuertes y luchadoras.
Recuerda su niñez y adolescencia, una existencia en condiciones humildes pero reconoce que con una buena educación. Su primer viaje, con solo 10 años, la llevaría a Dinamarca, donde la enviaron para ser tratada de sus problemas respiratorios. Una década después, una vez finalizados sus estudios de Decoración de Interiores, decidió que había llegado el momento de alzar el vuelo y de conocer otros lugares, una inquietud que llevaba tiempo rondándole en la cabeza.
Hannelore con una amiga viendo jugar al Atlético de Madrid en la final de la Champion League (Lisboa), el sueño que su marido no pudo cumplir. © H. Paseka
Madrid, su segundo hogar
Su interés por perfeccionar los idiomas, ahora habla cuatro, la llevó a Inglaterra, a Suiza y también a España. Tras una estancia en Valencia recala en Madrid, la que ha sido su ciudad durante casi 50 años, y donde compartió su vida con Jenaro Bascuas Álvarez, su marido, con el que tuvo dos hijos, Carmen y Francisco.
Jenaro, el gallego que le robó el corazón, preside el salón. Desde un gran retrato apoyado en un caballete no pierde ningún detalle de nuestra conversación. A veces parece que nos observa, otras que su mirada se dirige al cuadro de su mujer que, junto al piano, luce un llamativo vestido de satén rosa. Aunque Jenaro falleció hace ocho años, ella siempre le tiene presente. Reconoce que sigue hablándole –¿Quién no lo haría tras cincuenta años de amor?– También nos cuenta que fue un gran profesional de la información sanitaria, un hombre culto y educado, que trabajó duro por darles una vida acomodada y que amaba sobre todas las cosas a su equipo de fútbol: el Atlético de Madrid. Nos enseña sus recuerdos e, incluso, algún recorte de El Correo Gallego donde le recuerdan con cariño.
Fábrica de cerveza en Pilsen.
Reconstruyendo el pasado
Aún vivía Jenaro cuando Hanni se propuso recomponer la historia familiar e, incluso, localizar el lugar exacto de su nacimiento. A él le sorprendió pero tampoco le pareció mal. Eso sí, “como no era muy amante de los viajes –aunque recorrimos juntos medio mundo– no ponía pegas a que viajara sola”, nos comenta con una sonrisa cómplice.
Tras el fallecimiento de su madre, en 1986, descubrió unos documentos que suscitaron su curiosidad y que la empujaron a embarcarse en un viaje que la llevaría a Checoslovaquia para descubrir sus raíces. Allí no sólo localizó la antigua calle donde vivía su progenitora sino también a un par de familiares con los que no ha mantenido un contacto más estrecho debido a la barrera idiomática –ella sólo recuerda algunas palabras en checo–. En Zagreb, donde vivía su padre, también hubo suerte, y encontró a una prima con la que aún se cartea.
Nepomuk. © Matěj Baťha/ wikimedia
Lazos invisibles con Chequia
Hannelore lleva con orgullo el apellido de su madre, Paseka, y siente no haber aprendido a hablar el checo, ya que hubiese facilitado el contacto con sus parientes maternos. Aún así, reconoce que tiene un lazo especial con la República Checa y que se ha propuesto conocer el territorio a fondo. Y no lo dudamos cuando la escuchamos contar con pasión los lugares que ha conocido, como Karlovy Vary, Mariánské Lázně o la zona de Pilsen, con su fábrica de cerveza. Por supuesto, le guarda un cariño especial a Nepomuk, un pueblo cuyo nombre aparece en su partida de nacimiento. “Me gustaría ir todos los años a Chequia para ir visitando poco a poco todo el país. Tiene unos paisajes maravillosos”.
“A mí me encanta viajar sola y he recorrido medio mundo”, nos señala, “y siempre que puedo, incluyo el tren como medio de transporte, tengo una sensación muy especial al trasladarme en ellos”. “Ahora estoy buscando el modo de viajar a Alaska y hacer un trayecto sobre raíles”, nos cuenta entusiasmada mientras merendamos unos pasteles checos con semillas de amapola. La luz de la tarde se ha ido marchitando pero las palabras de Hanni llenan ahora de recuerdos cada rincón de la casa.
Todo lo que nos ocurre en la vida nos marca de un modo u otro, puede que el hecho de nacer en un tren y en unas circunstancias adversas, la hayan convertido en la mujer fuerte que es hoy día, y que ese vínculo con los trenes tenga una explicación metafísica.
Dejamos a Hanni en la puerta de su casa agitando la mano. Por un momento, la imagen nos ha recordado una despedida en una estación de tren.