Mi experiencia en Chequia
Hacía mucho que venía escuchando sobre República Checa, especialmente sobre Praga y que la tenía en mi lista de pendientes.
Por: Sol Rosales
Publicado: Julio 25, 2019
Tanto había leído y oído sobre lo maravillosa que era, que llegué un poco atemorizada de que tan altas expectativas fueran motivo de desilusión. Por suerte o mejor dicho por su magia, no fue así.
Apenas el recorrido de 20 minutos desde el aeropuerto Internacional Václav Havel hasta la ciudad Vieja donde estaba mi hotel fue impactante. La historia se podía apreciar desde la ventana de la van que me transportaba hacia el corazón de la ciudad.
Las primeras horas fueron perderme entre sus calles de adoquines prolijamente distribuidos.
El tour a pie me dió un panorama interesante de la ciudad, el equilibro justo para pasar por lugares emblemáticos y saber adonde quería volver para poder adentrarme en sus rincones.
Si hablamos de imprescindibles aparece sin dudas el puente de Carlos. 516 metros que conectan la ciudad pequeña y la ciudad vieja. Ahí el arte y lo vivo, con artistas callejeros, puestos de recuerdos y músicos, conviven con la historia que emana la piedra que lo compone y las estatuas de santos que lo bordean. En la vorágine del transitar incesante de locales y turistas, por momentos parece que el tiempo corre distinto y se detiene por un instante.
Caminando hacia La plaza de la ciudad vieja, el corazón histórico de la capital, aparece el reloj astronómico de Praga. Lo que me da la pauta de que es ahí, es la cantidad de gente mirando hacia arriba, con cámaras y celulares, apuntando a este reloj medieval donde cada hora, entre las 9 de la mañana y las 9 de la noche, todos los transeúntes se quedan a mirar el espectáculo. El murmullo se detiene y el silencio se apodera de esos minutos de espera hasta que suena la primera de las campanadas, se abren las ventanas y desfilan los 12 apóstoles.
Erguido sobre un cerro siempre presente y a la vista está el castillo de Praga, con Mala Stana a sus pies, uno de los barrios con más encanto de la ciudad. Desde la cima se pueden ver los tejados rojos característicos.
Visitar Chequia es una oportunidad para hacer grandes planes en los alrededores de Praga. Uno imperdible es visitar el castillo de Karlstejn en bicicleta. 35 km de pedaleo hasta este lugar que alberga, entre muchos otros misterios, las joyas de la corona. A pesar de que el castillo de Karlstejn es majestuoso e imponente, la verdadera JOYA es el camino. La posibilidad de ir en bicicleta, con la brisa en la cara, en contacto con la naturaleza, nos regala unas vistas magníficas a lugares de chequia que sería imposible apreciar en otro tipo de transporte. Como si pudiera ser más pintoresco el paseo, un barquito te cruza al otro lado del río Moldava con la bicicleta para seguir la ruta hacia la fortaleza. Cada rincón y cada detalle es único y el desafío está en qué mirar. Como si fuera posible que todo ese paisaje no entrara en los ojos. Una experiencia y un recorrido para atesorar.
Entre sus sabores se destacan las sopas, las salchichas y una de las recetas tradicionales, el trdelník, un rollo de masa dulce que se asa girando sobre sí mismo y al que se le puede agregar dulce o helado. Por supuesto hay que hablar de su cerveza, de las mejores y más famosas del mundo (qué además es más barata que el agua) Es necesario probar la Pilsner Urquell con una buena cantidad de espuma.
Praga es un ciudad que tiene vida, el ritmo lo marca su gente y sus visitantes. Resulta tan vibrante que estoy segura que cuando vuelva será otra,a pesar de que nada se haya movido de su sitio. Gran excusa para volver! Na Zdraví (salud en checo).