Mi viaje a la República Checa, un país inolvidable
Joaquín E. García Martín describe en este relato su experiencia durante 15 días en la República Checa. A través de sus descubrimientos y sensaciones invita a todos los viajeros a visitar un país en el que asegura haber vivido uno de los mejores viajes de su vida.
Por: Colaborador invitado
Publicado: Septiembre 14, 2020
Existe todavía una creencia generalizada en España de que los países del centro y este de Europa son un tanto grises, excesivamente rígidos en el cumplimiento de las normas y no especialmente receptivos con el turismo.
Tal vez por estos prejuicios, los viajeros del occidente y sur de Europa, cuando visitan países como la República Checa, les dedican sólo un fin de semana en el que se limitan a conocer los monumentos y lugares más emblemáticos, a hacerse algunas fotos junto a los iconos de la ciudad y a comer alguno de sus platos típicos.
Pero hay otras formas de viajar, como por ejemplo descubrir rutas que no están recogidas en los libros de viajes ni en folletos publicitarios, o perderse varios días en zonas alejadas de los grandes núcleos urbanos, habitualmente saturados de turistas. Una tercera posibilidad sería dedicar algunos días del viaje a hacer excursiones a lugares de interés próximos al destino principal.
En mi caso, he hecho una combinación del segundo y del tercer método de viaje alternativo. Estuve en Praga 15 días, en los que hice dos excursiones de un día completo (Karlovy Vary- Mariánské Lázně y Český Krumlov) y tres excursiones de medio día a Kutná Hora, Konopiště y Karlštejn, todas ellas fácilmente accesibles desde Praga.
Recorriendo Praga: barrio de Josefov
En la capital comencé por el barrio de Josefov, porque me intrigaba la clara resonancia española de su nombre y porque su Sinagoga Nueva-Vieja, la Sinagoga Española y las otras cuatro que hay en dicho barrio, junto al cementerio judío y el lugar donde trabajaban los alquimistas de Praga, destilan efluvios medievales por todos sus rincones. No me defraudó en absoluto, a pesar de la sobriedad y austeridad propias de la arquitectura hebrea.
Staré Město, el barrio antiguo
El barrio antiguo, Staré Město, muy cerca del Barrio Judío, y su Plaza Vieja con la torre del Reloj me sumergió aún más en las raíces ancestrales de Praga.
La Plaza Vieja es muy útil como punto de referencia para ir a los diferentes sitios interesantes del barrio viejo y también para ir al Puente de Carlos, al paseo nocturno que luego citaré, y al Barrio Judío, de manera que, afortunadamente por este motivo tuve que pasar por ella en varias ocasiones.
Desde la Plaza Vieja, siguiendo de frente hacia el río Moldava, se puede iniciar un agradable paseo por la calle Pařížská que nos lleva en pocos minutos al río Moldava a la altura del puente Čechův most. Cruzando el puente subiremos a una atalaya por unas anchas escaleras de piedra que nos conduce a una explanada con jardines y un metrónomo. Desde ahí arriba se divisan hasta cinco de los puentes sobre el río Moldava, por lo que este lugar está frecuentado por visitantes que quieren plasmar esta típica imagen de Praga en varias fotos, dada la belleza y la profundidad del paisaje.
Otro día decidí no cruzar el puente Čechův most y continué por la orilla del río hacia la izquierda en dirección al renombrado y fascinante Puente de Carlos. A los pocos metros encontré una gran familia de cisnes en el río. Después de disfrutar un rato de su compañía, seguí paseando por esta orilla izquierda del río.
Disfrutando del atardecer
Era un típico atardecer de Praga, en el que poco a poco se iluminaban todos los edificios de la ciudadela del Castillo y de la Malá Strana, reflejándose sobre las aguas del río, que eran surcadas por barcos de recreo iluminados. Cada vez era mayor el número de parejas y caminantes solitarios que se sentaban en los bancos del paseo para disfrutar de las vistas, que parecen propias de una postal sobre el anochecer en Praga. La imagen rebosa tanto romanticismo que no me cansaba de mirar relajadamente ese horizonte tenuamente iluminado. Repetí este paseo de atardecer varios días con gran placer.
Si se continúa por esta ribera unos trescientos metros, estaremos en el Puente de Carlos, un puente lleno de Historia y de historias, con varias esculturas a ambos lados y con bastante gente en su travesía. El puente conduce a la otra orilla del río, donde sería imperdonable no visitar al menos un par de veces la ciudadela del Castillo de Praga, en cuyo interior se encuentra la Catedral de San Vito, la residencia presidencial, múltiples edificios históricos, una pequeña calle medieval con casas de colores y unas vistas espléndidas del Staré Město, Josefov y del río Moldava. Lo tiene todo.
Malá Strana
La otra visita obligada en esta zona es la Malá Strana, donde se encuentra el Senado y sus jardines, y la iglesia de Santa María de la Victoria o del Niño Jesús. En esta modesta pero encantadora iglesia se puede contemplar una talla española del Niño Jesús, que está vestido con distintos trajecitos dependiendo de las diferentes estaciones del año. También hay en el interior del templo una imagen del éxtasis de Santa Teresa de Jesús, inspirada en la magnífica escultura de Bernini, que se encuentra expuesta en la iglesia del mismo nombre (Santa María de la Victoria) de Roma. Recomiendo hablar con el párroco, que es un hombre entrañable. Habla perfectamente español, y sabe contar con mucha gracia mil y una aventuras espirituales, en clave de humor y sabiduría octogenaria.
Otra excursión posible desde esta zona es subir por el teleférico, o también andando por un camino ascendente lleno de frutales, a la Torre de Petřín, desde la que las vistas son asimismo impresionantes.
En el descenso me vino como anillo al dedo toparme de frente con un chiringuito que está cerca de la parada intermedia del funicular. Fue una parada breve para hidratar un poco, esta vez solo con agua. Desde allí disfruté otra vez de las vistas del Moldava y edificios próximos de la otra orilla, pero esta vez desde una perspectiva más escorada y amenizada con la música de Diana Krall. El dueño me confesó ser un fanático de la mujer de Elvis Costello, y del jazz en general. El toque de sensibilidad y buen gusto de Diana fusionaba con el paisaje divinamente.
Después descendí atravesando el bosque en dirección sur hacia el elegante y modernista barrio de Smíchov. Desde allí se puede ir en pocos minutos hacia dos puentes igualmente interesantes.
A la izquierda, el puente de las legiones tiene el atractivo adicional de que en la mitad de su recorrido tiene unas escaleras que conducen directamente a una de las islas del Moldava. El día que yo conocí la isla Střelecký tenía lugar un concierto de música pop en vivo y mucha gente sentada en la hierba contemplaba en calma el río y las variadas embarcaciones que lo atravesaban.
Si seguimos por el puente hasta el final, nos conducirá hacia el Nové Město (Barrio Nuevo), con la espléndida imagen del Teatro Nacional en primera instancia.
Y si tomamos el puente Jiraskuv nos llevará directamente a la Casa Danzante, un rascacielos contemporáneo con estructura curvilínea sumamente original que sugiere movimiento, de ahí su nombre. A un paso queda también la segunda isla, Slovanský ostrov, que cuenta con un restaurante dentro de su perímetro.
Desde la Casa Danzante, en dirección opuesta a la isla Slovanský ostrov, ya solo quedan unos cientos de metros para llegar a mi rincón favorito, uno de los sitos más mágicos y menos visitados de Praga.
La magia de Vyšehrad
Vyšehrad es otra colina, otra atalaya con espectaculares vistas del Moldava y de prácticamente toda la ciudad de Praga y sus distintos barrios, torres y edificios históricos. El paseo amurallado que la circunda mira a toda la urbe y por eso aquí los fotoadictos prefieren el vídeo o el gran angular, porque hay un panorama espléndido de los 365 grados de la ciudad.
La magia de Vyšehrad, antigua fortaleza medieval, se siente al pasear por sus preciosos jardines adornados por bellas esculturas románticas y bucólicas. Pero también se percibe al entrar en la encantadora Basílica de San Pedro y San Pablo o al sentarse en uno de sus bancos para escuchar las campanadas acompañadas del sempiterno sonido del viento y de los pajarillos....
En su pequeño, pero singular cementerio, reposan los restos de hombres ilustres de la Ciencia, la Música y las Artes de Chequia, como Dvorak, Smetana o Jan Neruda entre otros muchos. Algunas leyendas sobre los fantasmas de caballeros arrojados al Moldava, o la de un monje que vendió su alma al diablo y después se arrepintió, alimentan una atmósfera gloriosa y ancestral.
Después de llegar hasta allí arriba y recorrer los jardines y hermosos rincones de Vyšehrad, se necesita un “repostaje energético”. Yo recomiendo degustar las carnes a la brasa que hacen en uno de sus chiringuitos, regadas por una (o dos) Kozel negras de barril, que sirven en el chiringuito de bebidas: ¡¡sencillamente sublime!! Estuve tres veces y guardo un recuerdo entrañable de Vyšehrad más allá de las meras imágenes visuales en mi memoria.
Kutná Hora y castillos de Karlštejn y Konopiště
Desde Praga, en los confortables y muy puntuales trenes checos (Chequia, que tiene dos compañías en abierta competencia por sus distintos trayectos, con precios muy razonables), visité algunos de los castillos, palacios y ciudades declaradas Patrimonio de la Humanidad, y que en una visita de un día pueden conocerse relajadamente.
La primera excursión fue para conocer el impresionante Osario de Sedlec y la maravillosa Catedral gótica de Santa Bárbara, ambos en Kutná Hora. La segunda la dediqué a conocer el incomparable castillo de Karlštejn y la tercera al no menos impresionante de Konopiště, donde además pueden apreciarse sus soberbios jardines llenos de tilos y poblados de corzos que campan allí a sus anchas.
Gracias a que las visitas son guiadas en ambos castillos, pude conocer algo acerca de las monarquías checas de los siglos XII al XV, entre cuyos ilustres monarcas se encuentra al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos IV, verdadero mecenas de Praga y de los orígenes del tremendo poso cultural y arquitectónico checo.
Ciudades balneario: Karlovy Vary y Mariánské Lázně
No se puede visitar Praga sin desplazarse a dos de las ciudades balneario mejor conservadas de Europa, Karlovy Vary y Mariánské Lázně. Para visitar ambas en un solo día, decidí alquilar un coche en Praga porque las excursiones organizadas solo te llevan a Karlovy Vary, ignorando Mariánské Lázně, que es más auténtica y menos turística.
Karlovy Vary es una preciosa ciudad balneario, surcada por un río de aguas termales, donde con un pequeño recipiente se pueden probar las aguas de los distintos manantiales, todas ellas con temperaturas, composición mineral, efectos terapéuticos y sabores diferentes.
En Mariánské Lázně, sus fuentes, los frondosos parques y sus hoteles del siglo XIX son evocadores de aquel romanticismo y me transportaron a escenas con elegantes damiselas vestidas con trajes de gasas y encajes en tonos pastel, acompañadas por caballeros de grandes mostachos con sombreros de copa. Esta ciudad balneario te transporta a un pasado cautivador.
Český Krumlov
El segundo día de alquiler del coche me fui a Český Krumlov, otra cita imprescindible para el viajero que va a Praga o a la República Checa. Me quedé sin palabras y sin aliento al contemplar tanta belleza singular en esta ciudad medieval rodeada de un río que hace una circunferencia de 360 grados a su alrededor. También subí al castillo, que no tiene visita guiada, pero sí una familia de osos custodiando el foso de la entrada y unos preciosos jardines en su parte alta, desde donde se divisa la caprichosa curva del río envolviendo con el movimiento de sus aguas el coqueto pueblo medieval de Český Krumlov.
Moravia
Concluida mi primera parte del viaje a Praga y Bohemia, solo me quedaban 8 días para el resto de Chequia, por lo que tenía que elegir entre la región más oriental y antigua de Chequia (Silesia, Olomouc y Ostrava) o Moravia y su capital, Brno.
Me decidí por Moravia y Brno, porque estaban más cerca y porque no me perdonaría volver a España sin haber visitado el complejo de Lednice-Valtice y Mikulov (Patrimonio Mundial, también), así que alquilé un apartamento durante tres días en Brno y cinco días en Břeclav, muy cerca del complejo Lednice-Valtice.
Visitar Brno después de ver Praga y sus extraordinarios alrededores supone un riesgo casi inevitable de decepción, porque la imponente dimensión monumental y cultural de la capital checa y su entorno resultan inigualables. Pero eso no puede cegarnos y dejar de apreciar los encantos de Brno.
Brno también tiene una estación de tren muy cerca del centro, un castillo muy bonito en lo alto de la ciudad, algunas iglesias con torres bicéfalas dignas de visitar y, sobre todo, el atractivo de la vida en sus calles. Es una ciudad mucho más pequeña que Praga, no tiene apenas turismo, pero resulta mas bulliciosa. Durante el día, las terrazas del centro son muy frecuentadas por paseantes anónimos, que se sientan alrededor de sus mesas a tomarse un café o a comerse un helado. Otros sencillamente se sientan en los bancos de sus plazas y calles para ver pasar la gente. Brno es provinciana, pero también dinámica y cálida.
Quizás, una vez más, el paradigma norte-sur parece manifestarse a favor de la mayor cercanía de las gentes del sur, aunque puede ser una mera apreciación subjetiva por mi parte. Estaré encantado de poder contrastarlo en sucesivas visitas.
El caso es que resulta fácil en Brno sentirse uno más paseando por su mercado de vegetales o por su pequeño centro histórico. Esto mismo puede decirse de su ambiente nocturno.
La mayoría de la gente que sale por la noche los viernes y sábados se citan en las cervecerías del centro. De hecho, están tan concurridas que no hay nunca sitio dentro del local y la gente se va a la calle y se sienta en cualquier parte, incluido el bordillo de las aceras, a tomar su cerveza. Eso facilita entablar conversación (mi nivel de inglés es solo medio) con algún vecino o vecina de bordillo. Pude comprobar que la gente de Brno es buena conversadora. Se mostraban dispuestos a charlar de todos los temas que surgían y la comunicación resultó sencilla y amena en la animada noche de Brno.
Visitas desde Břeclav : Lednice, Valtice y Mikulov
Transcurridos tres días de agradable estancia en Brno, tomé un tren que tardó 40 minutos en llevarme a Břeclav. Se trata de una ciudad pequeña de unos 15.000 habitantes, muy próxima a las fronteras con Eslovaquia y Austria, que iba a ser mi sede central para visitar el triángulo de Lednice-Valtice y Mikulov, un complejo cultural de grandes dimensiones, jalonado por bosques, ríos y lagos donde los Señores Liechtenstein edificaron en los siglos XVIII y XIX un conjunto de construcciones (castillos, palacios, columnatas, templos, minaretes, obeliscos...) de estilo clasicista y neogótico. El conjunto fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO a principios de los 90. Esta excursión prometía mucho.
A Lednice se llega en bicicleta con facilidad desde Břeclav, circulando por una pista asfaltada solo transitable en bicicleta. Es insólito y muy gratificante pedalear durante 8 kilómetros sin ver un solo coche, atravesando canales y bosques en un trayecto amenizado por las suaves brisas y los cantos de los pájaros. Solo hay que tener cuidado con los mosquitos en esta zona tan húmeda, así que ¡¡¡repelente a tope!!!
Después de hacer las primeras paradas en el templo de Apolonio y la columnata de las Tres Gracias, la visita al palacio de Lednice es una experiencia brutal para los sentidos. Al recinto se puede pasar empujando la bicicleta, pero no subido a ella. Los jardines del palacio son de geometría versallesca y perfecta. Es una gozada recorrer todo el exterior del palacio tomando fotos y vídeos. Eso es lo que hice antes de extasiarme contemplando una de sus perspectivas más estimulantes sentado a la sombra de un gigantesco tilo.
Bajando unas escaleras junto al invernadero, que está anexo al palacio, había bosques interminables de tilos, robles y árboles de ribera con lagos navegables y multitud de caminos para perderse... y también para llegar al interesante castillo de Janův Hrad y al minarete, paseos ambos que recorrí a última hora de la tarde.
No hay que tener miedo a no saber usar Google Maps, como es mi caso. En efecto, en algunos momentos de apuro y desorientación no tuve otro remedio que detener a cicloturistas que venían en la misma dirección, o incluso en la contraria, y nunca vi una mala cara. Los checos y checas se desvivían para entender mi inglés, me ayudaban a situarme y me animaban a continuar con mi ciclo-aventura en solitario.
Al día siguiente estaba un poco cansado de los casi 40 kilómetros en bicicleta de la jornada anterior, así que me desplacé a Valtice y, más tarde, a Mikulov en un estupendo tren clásico de cercanías que emplea escasos 15 minutos en llegar a la parte alta del pueblo de Valtice.
El conjunto arquitectónico de Valtice no desmerece tanto al de Lednice como parece deducirse de algunas fotos de Internet. Además, su castillo tiene visita guiada (en checo, pero con folleto en español). En su interior todo su mobiliario es original y se encuentra perfectamente conservado.
A lo largo de una gran galería de 80 metros de largo se visitan las distintas habitaciones y estancias, el salón de baile, la sala de juegos, la biblioteca, los preciosos baños, el salón oriental, el despacho, la sala de estar, etc. todo adornado de preciosos lienzos, espejos, vajillas y una cristalería espléndida. Las vistas al jardín desde todas sus estancias ayudan a imaginar la forma de vivir pausada y fascinante de los señores de Liechtenstein. Algunas fotos de la familia donde se puede ver a Sissi Emperatriz, visitante asidua del palacio y pariente bávara de los propietarios, aportan un considerable glamour al ya, de por sí, sensacional castillo. En las afueras de Valtice se encuentra el imponente monumento columnado de Kolonáda, al que se llega por un camino entre viñas.
En tren, a poco más de 10 kilómetros desde Valtice, se llega a Mikulov, la última excursión del complejo. Me habría gustado estar otro par de días en la zona para visitar algunos monumentos pendientes y los lagos de Hlohovec, pero habrá que esperar a la próxima.
Nada más bajar del tren se divisa en el alto horizonte la majestuosa figura del palacio de Mikulov, enorme y orgulloso sobre una colina. Hay que subir primero al pueblo y después entrar al castillo por uno de sus dos accesos. Yo subí por la parte "plebeya" escalonada que accede a un gran patio de entrada. Desde allí, cruzando bajo un arco de medio punto se atraviesa la muralla y se entra al Patio de Armas y la Ciudadela del castillo.
Callejeando por ella me encontré con una capilla y antiquísimas casas de piedra construidas sobre la misma roca. Subiendo por unas escaleras se accede a las torres, desde donde se divisa todo el pueblo de Mikulov, rendido a los pies del gigante castillo. En el pueblo se pueden observar algunos edificios renacentistas notables y una preciosa iglesia blanca en otra colina enfrente del castillo.
Se sale por otro gran arco, previo paso por unos jardines pequeños pero bien cuidados. Desde este enorme arco, con grabados en bajo relieve de varios escudos de armas se llega directamente a la parte noble del pueblo, una preciosa plaza con edificios elegantes y pintorescos, en la que ese día había un mercado de artesanía medieval. Desde esa zona si vamos hacia el norte iremos a la parte alta del pueblo, situada en una zona más llana con varios comercios, donde por fin pude comprar un imán del castillo para mi frigo. Conseguido el trofeo, me dirigí al sur bajando la enorme cuesta que separa el castillo y la parte alta del pueblo de Mikulov de la estación de tren.
El viaje finalizó con el regreso en tren a Praga para tomar el avión a Madrid, pero con un emotivo “hasta luego” a las tierras y gentes de la República Checa, que me han permitido disfrutar de uno de los mejores viajes de mi vida. Lo recomiendo encarecidamente, lo repetiré y ampliaré a Silesia a no mucho tardar.