RELATO BREVE MÉXICO: Desde Chequia, con amor
Esta entrañable carta de amor escrita por Christian Madaid Flores Uribe resultó finalista del concurso literario Piensa en algo bonito, sueña con Chequia, convocado en México por la revista cultural La Tempestad y la Oficina de Turismo de la República Checa.
Por: Colaborador invitado
Publicado: Junio 02, 2020
DESDE CHEQUIA, CON AMOR
Christian Madaid Flores Uribe
Querida María, tenías razón. Chequia es prodigiosa, ahora también la llamo así, Chequia; como tú cuando volviste de Praga y me dijiste con los ojos iluminados: “tienes que verla, por lo menos, una vez en la vida”. Y yo te prometí que sí, que algún día. No te equivocaste, amor mío. Praga es imprescindible. Te pienso caminando junto a mí en esta Ciudad de las Cien Torres, en la región de Bohemia Central. Llevo pocos días aquí, y ya la siento tan mía, tan nuestra. ¿Me pregunto si este sueño que vivo es auténtico? Un cuento de hadas, de castillos y bosques, contado por la princesa Libuše. Una corriente de aire fresco, que llega desde los caudales del río Moldava, me acaricia el rostro para susurrarme que sí. Me confirma, todavía con tu nombre en mis labios, que aquí estamos tú y yo, amándonos de alguna manera. La fuerza de tu mano me guía entre los rincones donde seguramente anduviste feliz, con tus pies ligeros sobre el adoquín volcánico.
Una corazonada detiene mis pasos justo frente al Café Louvre. Decido entrar y adivinar el lugar que elegiste aquella vez en la que tomaste aquí la merienda. Hay periódicos y revistas con palabras que no entiendo. Podría escoger alguno para distraerme viendo las fotografías y mitigar un poco lo mucho que te estoy extrañando, pero no. Mejor no. Prefiero sentarme a la mesa con tu recuerdo y pedir el Štrůdl del que tanto me hablaste. “¿Fuiste hasta el otro lado del mundo para comer Strudel?”, te pregunté a tu regreso de aquellas vacaciones. Sonreíste y respondiste orgullosa: “No es cualquier Štrůdl”, haciendo ese gesto gracioso en el que encumbrabas tus labios y arqueabas la oscuridad de tus cejas, hasta que unas líneas delicadas se formaban en tu frente de treinta años. La gente a mi alrededor ríe en lenguas desconocidas. Su alegría es contagiosa. Con el menú entre las manos, agradezco que la palabra “strudel” se entienda en cualquier país. También pediré café. Resultaría impensable no pedir café estando en uno tan famoso. ¿No crees? Un caballero elegante se acerca a mí. Lleva puesto un chaleco negro de rayas blancas, camisa nívea y una corbata de moño ajustada al cuello. Toma la orden y después se aleja. Regresa casi enseguida con la bandeja repleta. Coloca el postre y el café sobre la mesa. La taza es pequeña, en la espuma flota una roseta que desaparece con el primer sorbo.
Si estuvieras a mi lado, te preguntaría todo: lo que viste y lo que no; lo que sentiste la primera vez que los colores de estas calles entraron por tu mirada curiosa y dulce; ¿qué te contaron las voces exóticas repitiéndose en el Puente de Carlos? Ese silente espectador que carga, sobre sus hombros de piedra antigua, a los visitantes lejanos, como a hijos inquietos que quieren llegar a la Plaza de la Ciudad Vieja. Dicen que contar los arcos donde se apoya la anchura del puente, trae fortuna y puedes pedir un deseo. Pedí el mío. Conté 16, antes de sorprenderme con la corpulencia de la torre gótica que recibe a los paseantes. Aunque nadie dijo nada acerca de las estatuas, también las conté, son 30. Aquí es verano, el calor de tu memoria me abraza de golpe. Te añoro. Conmigo viaja tu fotografía, aquella en la que apareces frente al reloj astronómico; ese que tiene un cuadrante que indica las 24 horas del día y las posiciones del sol y la luna. Algunas burbujas llenan el ambiente, un hombre joven las dibuja con jabón. Flotan. Parece que alcanzarán el brillo de las estrellas, pero se revientan unos segundos después de haber nacido. Un par de niños juegan a atraparlas, saltan en medio del bullicio. Sus risas se mezclan con la noche. Llegué en el momento justo en el que los números dorados marcan la hora para ver el paseo de los apóstoles: doce figuras, a las que no se les nota el paso cansado de los años, surgen de las ventanas. Tres músicos amenizan la velada; uno toca el acordeón, otro el violonchelo y, el último, el violín. En la plaza se vive una fiesta que se antoja interminable. Una señora que está junto a mí dice con voz clara a un grupo de extranjeros: “Is the world's most famous medieval clock”. Lucen sorprendidos, al igual que yo. Los flashes de sus cámaras se iluminan. Empiezo a acostumbrarme a la melodía de otros idiomas que echaré de menos después, cuando regrese a México. Esta pequeña y antigua Babel me revela sus secretos en los instantes más extraordinarios. Aunque la foto que me acompaña, entre las páginas de La Metamorfosis de Kafka,es en blanco y negro, sé que llevas puesto ese vestido azul turquesa que siempre te gustó, y a mí también. Tu cabello negro ondula como en un pentagrama de Mahler, trazado en el resplandor del cielo. La facha despeinada de tu retrato tiene algo de encantador. Lo levanto para que reconozcas la promesa cumplida: “Algún día”. Siento tu tibio abrazo cruzando mi espalda. Nos queremos tanto. Estás junto a mí, celebrando la vida. Tengo la sensación de que, pronto, cada uno comenzará a contar en la lengua que conoce, como si fuera un año nuevo para todos –menos para ti– el primer minuto de una nueva hora. Las cúpulas y las torres nos observan. Notan el entusiasmo que nos ha seguido hasta este paraje europeo. En el ojo del reloj se aprecian los signos del zodiaco. En la parte central sobresale el Escudo de Armas de la Ciudad Vieja. Me pregunto si, en todas estas formas de nombrar el tiempo, aparecerá tu halo en el destello del sol dorado que rodea el anillo exterior, o en la mística lunar. La mano, que es aguja en el disco rotatorio, se mueve, la sigue una punta estelar. Cuatro figuras se forman en los flancos: La Vanidad, La Lujuria, La Avaricia, La Muerte. La muerte punzante. En medio de mi cavilar, hago una pregunta sin respuesta, ¿por qué esperé tantos años para llegar aquí? Tal vez, si no hubiera estado esperando el momento perfecto, habría podido construirlo contigo. El esqueleto que representa la muerte tira de una cuerda. Se abren las ventanas. Los apóstoles, precedidos por San Pedro, inician su paseo. Son segundos irrepetibles, nunca volveremos a este día. Estoy consciente, amor. Abro los ojos lo más que puedo, para llevar este recuerdo inolvidable. Aprieto la fotografía contra mi pecho. Sé, que dondequiera que estés, me miras satisfecha. Luego de unos segundos, se cierran las ventanas. Un gallo de oro canta mientras repica la campana en el alto de la torre. Mañana visitaremos el Castillo de Praga, amor.
Cuando vayas a Praga, no dejes de ver el Reloj Astronómico y luego busca los otros que hay a lo largo y ancho de Chequia.