1º FINALISTA MÉXICO: Concurso de relato breve
La historia titulada Presente histórico, de Valeria Belloro, fue la primera finalista del concurso literario Piensa en algo bonito, sueña con Chequia, convocado en México por la revista cultural La Tempestad y la Oficina de Turismo de la República Checa. ¡Disfruta la lectura!
Por: Colaborador invitado
Publicado: Mayo 08, 2020
El físico y filósofo Ernst Mach protagoniza esta interesante historia escrita por Valeria Belloro, que está ambientada en la ciudad de Brno, allá por el año 1853. El relato quedó como primer finalista del concurso de relato breve organizado por la revista La Tempestad y el blog Destino Chequia.
PRESENTE HISTÓRICO
El pueblo es Brno, en Chequia, a unos doscientos kilómetros al sudeste de Praga. Estamos en 1853. Ernst Mach todavía no es el autor de uno de los libros que le abre a Einstein las puertas de la relatividad, y falta mucho más todavía para que Einstein lea una elegía en su funeral. Ahora Mach es un muchacho de quince años sometido a un régimen de educación hogareña regulado por su padre. Es justamente en la biblioteca del padre (y este detalle bien podría haber hecho las delicias de su contemporáneo Freud) donde Ernst encuentra los Prolegómena de Kant, y se pasa los siguientes tres años reflexionando sobre la cosa en sí, hasta que, cuando anda ahí por los dieciocho, sale una tarde a dar una vuelta por su pueblo.
En realidad su pueblo no es Brno, no todavía. Su casa natal queda un poco más allá, en Chrlice, que recién se anexará tiempo después. Pero esta tarde eso no importa. El joven Ernst sale de su casa y va hacia el norte, hacia el valle de Kníničky. Pasa Brno, pasa el castillo de Špilberky, pasa la abadía donde Mendel enseña genética disfrazado de fraile. Tal vez camina a la orilla del Svratka, ocultándose cada tanto en la sombra de los bosques que lo costean, para después volver a salir a la luz del sol, siguiendo siempre el curso del agua indiferente. Son unas cuatro horas de caminata, pero bien podrían ser ochenta años. Cuando llega por fin al valle, el Svratka ha empezado a retroceder sobre su cauce, inundándolo todo. El valle que acunaba al pueblo de Kníničky se ha convertido en un lago. No queda nada de las pequeñas casas. Nada de la vieja iglesia, de su campanario que no pudo romper este espejo que lo separó del cielo. El tiempo del río ha quedado interrumpido, como ahora el nuestro.
El paseo de la tarde termina, entonces, en un lago. Ernst no se sorprende. De algún modo lo esperaba, porque ya lo había visto en su mente, porque allí ya había tenido lugar. Recostado hacia atrás sobre la hierba, sobre la superficie delicada de la orilla, mira el reflejo de las nubes sobre el agua. Ve cómo el agua recibe y acomoda el paso de las nubes, y cómo el cielo a cambio recoge el azul. Una hormiga sube por su mano; su mano que es también una montaña blanda de capilares hierbas. Los pájaros de pronto hacen silencio. Y, cuando vuelven a empezar, sus cantos son los distintos instrumentos de una sola orquesta. Como si los guiara Mahler. Entonces el joven Ernst se da cuenta de que la cosa en sí es irrelevante. Entiende que el mundo entero y su pequeño ego son una única masa de sensaciones. Solo apenas un poco más coherente en el ego -piensa. Los colores, los sonidos, los espacios, los tiempos -porque piensa así, en plural: los tiempos- son, provisionalmente, las sensaciones irreductibles. Y lo único que hay que investigar es cómo se conectan unas con otras. La estipulación del ego -escribirá después- es meramente una necesidad práctica. El ego -piensa, quizás, como Nietzsche- es solo una perspectiva.
Y, además, el ego, dice Mach, se expande o se contrae según las circunstancias. Para el músico virtuoso que controla su instrumento como si fuera parte de su propio cuerpo, su ego se ha expandido hasta abarcarlo. Así también se extiende el ego del orador en cuya figura convergen todas las miradas, o el del político que guía un movimiento, o el del científico que se apropia de ideas ajenas silenciando sus fuentes. Al contrario, otras personas sufren una contracción del ego. En ellos el ego se encoge tanto que parece existir un muro que lo separa del mundo. Pero, en cualquier caso, desde la distancia en la que Mach observa, el ego es solo un elemento entre otros. Y el hambre, el impulso del hambre hacia el alimento, no es, en esencia, tan distinto del impulso del ácido sulfúrico hacia el zinc. Y lo que llamamos voluntad es solo una parte de un movimiento más extenso, la parte que atraviesa la conciencia y se conecta con cierta previsión de resultados. Fuera de esa zona de conciencia -nos advierte Mach- las mismas aptitudes que hemos adquirido para lidiar con las situaciones recurrentes nos privan de la ingenuidad y la amplitud de miras necesarias para lidiar con las situaciones nuevas.
Entonces actuamos como gobernados por reflejos. Igual que las palomas. Esas que Mach ve en el laboratorio de Rollett, a las que les han removido el cerebro. Las palomas están vivas, pero descerebradas. Y hacen caso a su instinto, a su reflejo de beber cada vez que sus patas tocan un líquido frío, sin importar si este líquido es agua, mercurio o ácido sulfúrico. Así nosotros, los bebedores de historias.
Quizás la literatura no es sino una forma de sentir racionalmente. Y algunos ensayos, una forma más extrema de literatura, con el mundo entero como escenario, con toda la humanidad por personajes. Una literatura pandémica. Como la de este físico nacido en Chrlice, casi Brno, Moravia, Imperio Austrohúngaro, hoy Chequia, para el mundo.
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